Aunque una comunidad celta fue la que vadeó el río Támesis, los romanos fueron los que primero urbanizaron la milla cuadrada actualmente conocida como City. Construyeron un puente y una impresionante muralla en la urbe; además, convirtieron la metrópoli en un importante puerto y en el eje de su sistema viario. Cuando los romanos abandonaron el enclave, el comercio siguió prosperando. A pesar de las invasiones de sajones y vikingos, en la actualidad se pueden encontrar algunos vestigios del Londres de la época oscura. Cincuenta años antes del desembarco de los normandos, Eduardo el Confesor construyó su propia abadía y palacio en Westminster.
Guillermo el Conquistador halló una urbe que sin duda constituía la más rica y grande del reino. Erigió la White Tower (parte de la torre de Londres) y proclamó la independencia de la ciudad y su derecho a autogobernarse.
Durante el reinado de Isabel I, la capital creció con rapidez; prueba de ello fue la duplicación en cuarenta años de la población de cien mil a doscientos mil habitantes. Desafortunadamente, el Londres medieval de las épocas Tudor y jacobina fue destruido por el Gran Incendio de 1666. Esta catástrofe no interrumpió el crecimiento de la ciudad; además supuso una oportunidad para Christopher Wren y la construcción de sus famosas iglesias, como la catedral de San Pablo.
En 1720 la población ascendía a 750.000 personas. La urbe, sede del parlamento y núcleo de un imperio en expansión, acrecentó como nunca su relevancia y riqueza. Los arquitectos de la época georgiana reemplazaron los restos de la época medieval con sus imponentes construcciones simétricas y sus plazas residenciales.
El siglo XIX experimentó un gran desarrollo demográfico, creándose una vasta extensión de suburbios victorianos. Como resultado de la Revolución Industrial y de un comercio en plena expansión, la población aumentó de nuevo de 2,7 millones en 1851 a 6,6 millones en 1901.
El Londres georgiano y victoriano fue destruido por la Luftwaffe en la II Guerra Mundial (inmensas zonas del centro y del East End fueron totalmente arrasadas). Después de la guerra, se construyeron con rapidez antiestéticas viviendas de protección oficial y modestas urbanizaciones en las zonas devastadas. Los muelles no recuperarían la normalidad (la descarga de mercancías se trasladó a Tilbury) y los Docklands (zona portuaria) se degradaron hasta llegar al abandono. Sin embargo, fueron redescubiertos por agentes inmobiliarios en los años ochenta, pero el desarrollo se desaceleró con la recesión de principios de la década de 1990.
Debido a la seguridad y a la desregularización de la época thatcheriana, Londres se mantuvo en auge en los años ochenta. La nueva ola de promotores inmobiliarios demostró ser sólo parcialmente más entendida que la Luftwaffe, ya que únicamente algunos edificios modernos pueden calificarse de extraordinarios entre tanta mediocridad.
En los últimos años, con una ligera inspiración del nuevo laborismo de Tony Blair, la libra esterlina desbocada y un sinfín de nombres del mundo del espectáculo, Londres recuperó su fama de ciudad alegre. La fisonomía de Londres ha experimentado un cambio importante con la construcción del Millenium Dome (cúpula del milenio), en Greenwich, el London Eye (noria de Londres), la Tate Modern (a la que se accede por el defectuoso puente del Millenum), y la creación del Gran Patio del Museo Británico. Sin embargo, hay cosas que nunca cambian: el precio de la vivienda se supera año tras año, su fama de ciudad chic no deja de aumentar, y las diferencias entre los ricos y los pobres son cada vez mayores.
El 7 de julio de 2005 el terror se apoderó de Londres en la hora punta. Cuatro bombas estallaron en la red de transporte público dejando más de 50 muertos y 700 heridos.